viernes, 2 de agosto de 2013

Te leería cien veces y cien veces más


A Edmond y solo a Edmond, sin aditamentos cinematográficos, ni secuelas o adaptaciones; solo su historia, su evolución hacia el Conde de Montecristo.

La medida máxima de sus fuerzas puesta a prueba, tanta traición, tanta decepción para que al final no quedara nada, ni su padre, ni la mujer que amaba, ni él mismo. No se si fue solo Dumas o si fue por encargo, me importa que cuando lo leo, cuando caigo junto a Edmond es como si estuviera en éxtasis y lo veo salir del agujero en que estaba muerto en vida y un yo no se que en mi panza envía otro yo no se que a mi cerebro. Y así, toda vísceras, algo en mi despierta.


Por eso siempre lo tengo a la mano y viajó conmigo aun cuando ya no cabía nada en las maletas, por eso está ahí siempre en la repisa y en días como hoy me basta con un par de párrafos.





El Conde de Montecrsito (1844), Alexandre Dumas

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